Reivindicar para luchar |
Julio Pimentel Ramírez Hoy 10 de junio conmemoramos el 43 aniversario de la masacre del 10 de junio de 1971 rescatando la lección de compromiso social de una generación de jóvenes, muchos de los cuales fueron víctimas de la represión gubernamental, del terrorismo de Estado instrumentado por los gobiernos priístas de aquellos tiempos relativamente lejanos, cuyas prácticas más negativas persisten, ahora reforzadas por la perversidad neoliberal despojada de cualquier vestigio de nacionalismo, dispuestos a culminar la traición a la Patria entregando los recursos de la nación a intereses privados, principalmente a extranjeros y a la élite “mexicana”. No olvidemos que muchos de los objetivos de esas luchas populares, ciudadanas, siguen pendientes: México continúa siendo injusto socialmente, con un selecto grupo de privilegiados en un mar de pobreza; la política oficial permanece envilecida y con ello la democracia caricaturizada; la violencia y la inseguridad crecen exponencialmente, la justicia no es “ciega y justa”, se vende al mejor postor; los bienes y recursos de la Nación son objeto de rapiña, entre otros lastres. A pesar de que la verdad histórica de la masacre, que tuvo como escenario las calles del barrio de San Cosme en la ciudad de México, se ha abierto paso -en su momento, cuando la represión gubernamental estaba a la orden del día, la heroica revista Por qué?, dirigida por el periodista Mario Renato Menéndez Rodríguez, plasmó en sus páginas información e imágenes incontrovertibles de lo ocurrido ese día y, en general, de todo ese periodo histórico- la justicia sigue esperando turno, en un país gobernado nuevamente por un mandatario emanado del PRI después de la “docena trágica” panista, sin que esa alternancia signifique cambio alguno pues nos encontramos, bajo el dictado neoliberal, sumidos en una profunda crisis económica, política y social. La matanza cometida esa fecha cada vez más lejana no es cosa del pasado, como algunos pretenden que así sea, ya que los delitos de lesa humanidad no prescriben. La impunidad de que gozan los responsables intelectuales -en primer lugar el ex presidente Luis Echeverría Álvarez- y materiales de ese y otros hechos, además de que lastima a la sociedad en su conjunto es uno de los factores que hacen posible que desde el Estado se instrumenten actos represivos como los de Atenco (responsabilidad intelectual de Vicente Fox y Enrique Peña Nieto, entonces presidente y gobernador del Estado de México, respectivamente) y Oaxaca, por sólo mencionar dos de los casos más representativos, sin olvidar ejecuciones extrajudiciales y miles de personas detenidas desaparecidas en los últimos años. Existe un vasto cúmulo de documentos, testigos de los hechos y pruebas de otro tipo, que posibilitan aclarar la forma en que desde las esferas del poder se creó, organizó, entrenó y utilizó el grupo paramilitar conocido popularmente como Los Halcones. Los Halcones fueron auspiciado en sus inicios por Alfonso Corona del Rosal, adscrito por cuestiones de presupuesto y cobertura al Departamento de Limpia del gobierno del Distrito Federal (ya bajo las órdenes del entonces regente Alfonso Martínez Domínguez), y dirigidos operativamente por el coronel Manuel Díaz Escobar, posteriormente premiado con un puesto en la Embajada de Chile y ascendido al grado de general por sus méritos en “campaña”. Algunos elementos destacados de Los Halcones, integrado por jóvenes “lumpenes” y cuya columna vertebral la constituían ex militares, e incluso algunos en activo, provenientes de la Brigada de Fusileros Paracaidistas, fueron capacitados en Estados Unidos, Japón, Francia y Reino Unido. La idea era entrenar a los jóvenes reclutados, no sólo físicamente, sino ideológicamente para combatir a los enemigos del país: los disidentes sociales. No en técnicas policiales de sometimiento, sino militares de ataque letal, y de doctrina de seguridad nacional, hasta aniquilar o exterminar al enemigo. Estrategia que posteriormente el presidente Luis Echeverría utilizó en contra de la guerrilla y del pueblo en la llamada guerra sucia. Esa tarde del Jueves de Corpus -10 de junio de 1971-, en que el movimiento estudiantil, aún sacudido por la masacre del 2 de octubre de 1968, pretendía tomar nuevamente las calles de la capital de la República enarbolando demandas de carácter democrático y en solidaridad con jóvenes del estado de Nuevo León, el presidente Echeverría decidió nuevamente cortar de tajo, al precio que fuera, cualquier movimiento opositor independiente. El saldo fue de decenas de jóvenes asesinados, además de que ese acto profundamente autoritario y represivo cerró, definitivamente, los caminos de la lucha política pacífica para muchos jóvenes y luchadores sociales que optaron por la vía armada en su búsqueda de construir una sociedad distinta, una sociedad socialista. En México, la matanza de Tlatelolco, el “halconazo” del 10 de junio y la “guerra sucia”, son manifestaciones de una política sistemática, fría y cruelmente concebida, ideada, ejecutada y encubierta desde los más altos niveles del Gobierno Federal, cuyo propósito central fue privar de la vida, reprimir y exterminar a distintos grupos sociales y políticos opositores al régimen, para seguir manteniendo incólume un sistema de dominación y hegemonía ideológica y política. Parte sustancial de esa estrategia contrainsurgente fue la cobertura brindada por la mayor parte de los medios de comunicación de esa época, instrumentos de dominación y diversionismo ideológico, que se someten al poder político por miedo o por así convenirle a sus intereses, tal como sucede en estos aciagos tiempos. No olvidemos otras lecciones del 10 de junio de 1971: los grupos paramilitares, como Los Halcones y la Brigada Blanca en esos tiempos, las paramilitarizadas “autodefensas” (como las de Michoacán, idea importada de Colombia) ahora, tienden a descomponerse y salirse de “control”, además de que no solucionan problemas de seguridad, sociales y políticos solamente los enquistan, los agudizan. Las víctimas del “halconazo” de 1971 y en general de la represión durante el régimen priísta así como los que han padecido suerte similar en las dos administraciones panistas y ahora, en la primera parte de la administración del “nuevo” PRI, exigen verdad y justicia, fin a la impunidad. Algún día serán juzgados por sus delitos de lesa humanidad personajes como LEA y otros políticos de ese pasado que no se va, así como los que ahora han cubierto de sangre y dolor a miles de hogares mexicanos. |
Imágenes de lo sucedido: