LUNES, OCTUBRE 31, 2011
El choque del Lamborghini
Francisco Rodríguez / Índice Político
El impacto de la colisión es de enormes consecuencias. El vehículo de superlujo marca Lamborghini, modelo Gallardo –aunque bien podría confundírsele con el Diablo, por los daños que va a provocar–, se estrelló hace cinco madrugadas en las aspiraciones presidenciales de Marcelo Ebrard.
Trama peliculesca, verá usted, donde como en casi todo aquello en lo que participa la desclasada clase política hay buenas dosis de corrupción, chantaje, encubrimiento, complicidades…
Porque tras el escándalo mediático que provocaran los disparos a las instalaciones de una discoteca de la que un funcionario de Televisa es aparente propietario, de esto hace cosa de cinco madrugadas, el griterío es mayor porque aquellos que se responsabilizaron de haber empuñado las armas han sido beatíficamente exonerados.
Toda una trama de corrupción y, repito, encubrimiento.
Y los protagonistas son colaboradores directos de Marcelo Ebrard. Uno de ellos, Raymundo Collins, de hecho es hasta su íntimo.
Pero por ahí también desfilan el muy mediático Manuel Mondragón y Kalb, lo mismo que Miguel Ángel Mancera, también enamorado de las candilejas.
Hagamos un flashback para adentrarnos en la historia.
Volvamos a la tarde del viernes 16 de septiembre más cercano. Ubiquemos las cámaras mentales en el pent-house de un pomadoso edificio en la colonia Del Valle de la capital nacional, a eso de las 16 horas.
Sentados a la mesa del comedor departen el titular de la Central de Abasto del Distrito Federal –el mercado más grande de América Latina–, Raymundo Collins; el empresario y socio de éste, Eduardo Escalante; un personaje que se presenta como Eduardo Gayosso y se dice “constructor favorito” de Enrique Peña Nieto en el Estado de México, y el general Rafael Macedo de la Concha, ex procurador general de la República.
Comida de amigos. La amistad sublimada en complicidad, como decía el viejo Lauro Ortega, entonces gobernador de Morelos, a Manuel Bartlett, a quien recomendaba abandonar sus aspiraciones presidenciales y, mejor, se sumara a las de Carlos Salinas porque tal era “el bueno”. Hágase su amigo, le decía –y yo escuché. No, mejor hágase su cómplice…”
Socios y amigos, pues. Collins, con Escalante, en la expoliación de un hijo del exgobernador mexiquense Jorge Jiménez Cantú, Jorge Jiménez Campos. O en la defraudación a la viuda del arquitecto Héctor Alonso Rebaque. Ambos por cuestiones de terrenos y construcciones aledañas a la Central de Abasto.
Amigos y socios, Escalante y Collins en el negocio del agio. En la compra de carteras vencidas, en la extorsión de deudores. ¡Negociazos, pues! Collins, incluso, ya tiene hasta jet propio. Y un periodiquito, el otro.
Pero volvamos a nuestra película mental. Dejemos que transcurran un par de horas, en tanto los comensales degustan manjares y beben vinos y licores.
Al edificio que es nuestro escenario llega, escoltado, un Lamborghini color naranja. De él descienden dos jóvenes, también camaradas. Inseparables. Van a sumarse a la comida. A los postres.
Uno es Guillermo Antonio Escalante Tinoco, hijo del dueño del periodiquito.
El otro, Edgar Macedo Núñez, hijo del ex procurador general de la República durante el foxiato.
Inseparables. Sí.
Los mismos que hace unas madrugadas conducían el mismo Lamborghini anaranjado frente a una discoteca a la que dispararon con armas de fuego.
¿Entiende usted ahora por qué aparece un escolta militar?
¿También por qué a una llamada de Collins actuaron en consecuencia y consecuentes el intendente de la policía de la capital nacional y el dizque procurador de justicia?
No platique con nadie esta película, porque si se hace pública se conocerá también cómo un Lamborghini acaba de estrellarse en las aspiraciones políticas de Marcelo Ebrard, mismo que hoy por hoy encabeza una administración donde corruptos como su muy próximo Collins, pueden girar instrucciones para que un hecho delictivo se quede sin sancionar.
El Lamborghini naranja, pues, chocó en las aspiraciones presidenciales de Ebrard
El impacto de la colisión es de enormes consecuencias. El vehículo de superlujo marca Lamborghini, modelo Gallardo –aunque bien podría confundírsele con el Diablo, por los daños que va a provocar–, se estrelló hace cinco madrugadas en las aspiraciones presidenciales de Marcelo Ebrard.
Trama peliculesca, verá usted, donde como en casi todo aquello en lo que participa la desclasada clase política hay buenas dosis de corrupción, chantaje, encubrimiento, complicidades…
Porque tras el escándalo mediático que provocaran los disparos a las instalaciones de una discoteca de la que un funcionario de Televisa es aparente propietario, de esto hace cosa de cinco madrugadas, el griterío es mayor porque aquellos que se responsabilizaron de haber empuñado las armas han sido beatíficamente exonerados.
Toda una trama de corrupción y, repito, encubrimiento.
Y los protagonistas son colaboradores directos de Marcelo Ebrard. Uno de ellos, Raymundo Collins, de hecho es hasta su íntimo.
Pero por ahí también desfilan el muy mediático Manuel Mondragón y Kalb, lo mismo que Miguel Ángel Mancera, también enamorado de las candilejas.
Hagamos un flashback para adentrarnos en la historia.
Volvamos a la tarde del viernes 16 de septiembre más cercano. Ubiquemos las cámaras mentales en el pent-house de un pomadoso edificio en la colonia Del Valle de la capital nacional, a eso de las 16 horas.
Sentados a la mesa del comedor departen el titular de la Central de Abasto del Distrito Federal –el mercado más grande de América Latina–, Raymundo Collins; el empresario y socio de éste, Eduardo Escalante; un personaje que se presenta como Eduardo Gayosso y se dice “constructor favorito” de Enrique Peña Nieto en el Estado de México, y el general Rafael Macedo de la Concha, ex procurador general de la República.
Comida de amigos. La amistad sublimada en complicidad, como decía el viejo Lauro Ortega, entonces gobernador de Morelos, a Manuel Bartlett, a quien recomendaba abandonar sus aspiraciones presidenciales y, mejor, se sumara a las de Carlos Salinas porque tal era “el bueno”. Hágase su amigo, le decía –y yo escuché. No, mejor hágase su cómplice…”
Socios y amigos, pues. Collins, con Escalante, en la expoliación de un hijo del exgobernador mexiquense Jorge Jiménez Cantú, Jorge Jiménez Campos. O en la defraudación a la viuda del arquitecto Héctor Alonso Rebaque. Ambos por cuestiones de terrenos y construcciones aledañas a la Central de Abasto.
Amigos y socios, Escalante y Collins en el negocio del agio. En la compra de carteras vencidas, en la extorsión de deudores. ¡Negociazos, pues! Collins, incluso, ya tiene hasta jet propio. Y un periodiquito, el otro.
Pero volvamos a nuestra película mental. Dejemos que transcurran un par de horas, en tanto los comensales degustan manjares y beben vinos y licores.
Al edificio que es nuestro escenario llega, escoltado, un Lamborghini color naranja. De él descienden dos jóvenes, también camaradas. Inseparables. Van a sumarse a la comida. A los postres.
Uno es Guillermo Antonio Escalante Tinoco, hijo del dueño del periodiquito.
El otro, Edgar Macedo Núñez, hijo del ex procurador general de la República durante el foxiato.
Inseparables. Sí.
Los mismos que hace unas madrugadas conducían el mismo Lamborghini anaranjado frente a una discoteca a la que dispararon con armas de fuego.
¿Entiende usted ahora por qué aparece un escolta militar?
¿También por qué a una llamada de Collins actuaron en consecuencia y consecuentes el intendente de la policía de la capital nacional y el dizque procurador de justicia?
No platique con nadie esta película, porque si se hace pública se conocerá también cómo un Lamborghini acaba de estrellarse en las aspiraciones políticas de Marcelo Ebrard, mismo que hoy por hoy encabeza una administración donde corruptos como su muy próximo Collins, pueden girar instrucciones para que un hecho delictivo se quede sin sancionar.
El Lamborghini naranja, pues, chocó en las aspiraciones presidenciales de Ebrard