Artículo 24
Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
La mayoría de los prelados mexicanos padecen del síndrome de Luzbel. Al considerarse merecedores y poseedores de los atributos papales, se creen dueños de la infalibilidad pontificia, pero toda vez que deciden incursionar en política se equivocan, se enredan en el cíngulo y la sotana.
Norberto Rivera Carrera y sus contlapaches de la CEM acaban de cometer el peor error de su historia, más grave que la Cristiada, con mayor trascendencia evangélica que los crímenes de Pepe “Dinamita”, mejor conocido como monseñor José Garibi Rivera. Presionaron hasta obtener la reforma al artículo 24 constitucional, en la certidumbre de que muy pronto podrán conducirse como en España o Argentina, con la terrible diferencia de que en México no hay un Antonio Rouco Varela; además, el peso de las iglesias cristianas de toda índole en el ánimo de amplios sectores de la sociedad, es tan fuerte como en Estados Unidos.
Los prelados mexicanos, los artífices intelectuales de la reforma constitucional parecen haber adquirido su inspiración en el promocional del “melate”: ya se vieron en actos públicos de proselitismo evangélico, de catequización, de promoción del dogma y la fe. Se vieron también en procesiones con el Santísimo Sacramento por las calles, como si ese hecho fuese a detener la migración de fieles católicos a las iglesias que les ofrecen lo que ya no encuentran en el compromiso de fe con el Vaticano.
Nada hay más público que los medios de difusión. Quienes mayor experiencia tienen para administrarlos en beneficio de su “fe”, de su “iglesia”, de su “capilla” son los tele predicadores, los pastores evangélicos, pentecostales, cristianos de toda índole, que pronto se llenan de “adictos” más que de feligreses, al mismo ritmo que engordan sus cuentas de cheques y las carpetas en las que guardan las escrituras de los bienes terrenales de los que se hacen, gracias a la buena fe de los seguidores.
Si la CEM y su tutor creen que el artículo 24 constitucional se modificó en su beneficio, que revisen la historia de la breve, pero intensa, relación de Alejandro y Rosa María Orozco con el presidente de México, porque es a grupos religiosos como La Casa Sobre la Roca que se impulsará con esa posibilidad de usar de los medios de difusión para evangelizar, para convencer a quienes por el momento ya no creen ni en su sombra.
Es momento de que los integrantes de la CEM hagan un alto, acudan a un retiro espiritual de ejercicios ignacianos y, en medio de un profundo silencio, se pregunten y revisen acerca y en torno a su relación con los poderes terrenales del gobierno mexicano y su presidente, que les ha jugado el dedo en la boca, como lo ha hecho con los mexicanos todos, incluidos los del PAN, porque sus verdaderos, auténticos intereses se modificaron en cuanto tuvo una probadita de lo que son y pueden ser los poderes terrenales.
Los compromisos de Felipe Calderón Hinojosa cambiaron en el instante que el TRIFE decidió entregarle el poder.
La mayoría de los prelados mexicanos padecen del síndrome de Luzbel. Al considerarse merecedores y poseedores de los atributos papales, se creen dueños de la infalibilidad pontificia, pero toda vez que deciden incursionar en política se equivocan, se enredan en el cíngulo y la sotana.
Norberto Rivera Carrera y sus contlapaches de la CEM acaban de cometer el peor error de su historia, más grave que la Cristiada, con mayor trascendencia evangélica que los crímenes de Pepe “Dinamita”, mejor conocido como monseñor José Garibi Rivera. Presionaron hasta obtener la reforma al artículo 24 constitucional, en la certidumbre de que muy pronto podrán conducirse como en España o Argentina, con la terrible diferencia de que en México no hay un Antonio Rouco Varela; además, el peso de las iglesias cristianas de toda índole en el ánimo de amplios sectores de la sociedad, es tan fuerte como en Estados Unidos.
Los prelados mexicanos, los artífices intelectuales de la reforma constitucional parecen haber adquirido su inspiración en el promocional del “melate”: ya se vieron en actos públicos de proselitismo evangélico, de catequización, de promoción del dogma y la fe. Se vieron también en procesiones con el Santísimo Sacramento por las calles, como si ese hecho fuese a detener la migración de fieles católicos a las iglesias que les ofrecen lo que ya no encuentran en el compromiso de fe con el Vaticano.
Nada hay más público que los medios de difusión. Quienes mayor experiencia tienen para administrarlos en beneficio de su “fe”, de su “iglesia”, de su “capilla” son los tele predicadores, los pastores evangélicos, pentecostales, cristianos de toda índole, que pronto se llenan de “adictos” más que de feligreses, al mismo ritmo que engordan sus cuentas de cheques y las carpetas en las que guardan las escrituras de los bienes terrenales de los que se hacen, gracias a la buena fe de los seguidores.
Si la CEM y su tutor creen que el artículo 24 constitucional se modificó en su beneficio, que revisen la historia de la breve, pero intensa, relación de Alejandro y Rosa María Orozco con el presidente de México, porque es a grupos religiosos como La Casa Sobre la Roca que se impulsará con esa posibilidad de usar de los medios de difusión para evangelizar, para convencer a quienes por el momento ya no creen ni en su sombra.
Es momento de que los integrantes de la CEM hagan un alto, acudan a un retiro espiritual de ejercicios ignacianos y, en medio de un profundo silencio, se pregunten y revisen acerca y en torno a su relación con los poderes terrenales del gobierno mexicano y su presidente, que les ha jugado el dedo en la boca, como lo ha hecho con los mexicanos todos, incluidos los del PAN, porque sus verdaderos, auténticos intereses se modificaron en cuanto tuvo una probadita de lo que son y pueden ser los poderes terrenales.
Los compromisos de Felipe Calderón Hinojosa cambiaron en el instante que el TRIFE decidió entregarle el poder.